martes, 24 de marzo de 2015

Roque Dalton. "Desnuda"


Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua 
cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites, 
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

Fernando Pessoa. "Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?" 


Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar? 
¡Ah, aprovecha la ocasión! Que yo, que amo tanto
muerte y la vida, si osara matarme además me mataría... 
Ah, si osas, ¡osa!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes
externas a que llamamos mundo,
esa cinematografía de las horas que son representadas
por actores de convenciones y poses determinadas, 
circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin? 
¿De qué te sirve tu mundo interior, que desconoces? 
Tal vez al matarte lo conozcas, por fin...
Tal vez al acabar comiences...
Y de todas formas, si te cansa ser,
ah, cánsate noblemente,
¡no cantes, como yo, la vida por borrachera,
no saludes, como yo, la muerte en literatura!

¿Que haces falta? ¡Oh fútil sombra llamada gente! 
Nadie hace falta; tú no haces falta a nadie... 
Sin ti todo marchará sin ti.
Tal vez para otros sea peor tu existir que tu muerte... 
Tal vez peses más durando que dejando de durar...

¿El dolor de los otros...? ¿Tienes remordimiento
anticipado de que te lloren? 
Tranquilízate: poco te han de llorar...
El impulso vital extingue poco a poco las lágrimas 
cuando no son por cosas propias, 
cuando son por lo que ocurre a los demás, sobre todo
la muerte
que es una cosa después de la cual nada ocurre a los demás...
Primero es la angustia, la sorpresa de que haya venido el misterio, 
y la falta de tu vida hablada... 
Después es el horror del ataúd visible y material, 
y los hombres de negro que ejercen la profesión de estar allí.
Después es la familia velando, inconsolable 
y contando historietas,
lamentando la pena de que tú hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquel plañir,
tú verdaderamente muerto, mucho más muerto de lo
que te imaginas..., mucho más muerto aquí 
de lo que te imaginas aunque estés mucho 
más vivo más allá. Después, la trágica retirada 
hacia el panteón o el hoyo, y después 
el principio del morir de tu recuerdo. 
Primero hay en todos un alivio de la tragedia 
un tanto pesada de que te hayas muerto...
Después la conversación se aligera cotidianamente 
y la vida de cada día reanuda su día.
Después, lentamente, se te olvida. 
Sólo en dos fechas se te recordará, 
aniversariamente: al cumplir años tu nacer,
al cumplir años tu morir. 
Nada más, nada más, absolutamente nada más. 
Piensan en ti dos veces cada año. 
Suspiran por ti dos veces cada año aquellos que te amaron.
Y alguna que otra vez suspirarán 
si por casualidad se habla de ti.
Encárate en frío, y encara en frío lo que somos...
Si te quieres matar, mátate...,
¡no tengas escrúpulos morales, recelos en la inteligencia! 
¿Qué escrúpulos o qué recelos tiene el mecanismo de la vida?
¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera las savias, 
y la circulación de la sangre, y el amor? 
¿Qué memoria de los otros tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre,
¿no ves que careces absolutamente de importancia?
Eres importante para ti porque es a ti a quien tú sientes. 
Eres todo para ti porque eres para ti el universo,
el propio universo
y los otros satélites de tu subjetividad objetiva.
Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
Y si eres así, oh mito, ¿los otros no han de ser así? 
¿Tienes, como Hamlet, pavor a lo desconocido? 
Mas, ¿qué es lo conocido? 
¿Qué es lo que conoces tú para que llames 
desconocida a cualquier cosa en especial?
¿Tienes, como Falstaff, el amor adiposo a la vida?
Si la amas tan materialmente, más materialmente
ámala aún: ¡tórnate parte carnal de la tierra y las cosas! 
Dispérsate, sistema físico-químico de células 
nocturnamente conscientes, en la nocturna 
consciencia de la inconsciencia de los
cuerpos,

en el gran embozo que-no-emboza-nada de las apariencias,
en la hierba y el césped de la proliferación de los seres,
en la niebla atómica de las cosas, 
en las paredes voraginantes del vacío dinámico del mundo...

Hijo pródigo


Siempre vuelves a mí

Después de dejar atrás un poco de ti

Siempre vuelves a mí.

Como la ola que roza la roca a su pasar,

Vuelves a mí siendo menos tú

Te recibo

Cada vez más yo.


Tu mirada tiene el poder para dejarme convertida en piedra;
Transmutada en una cuerda de tu guitarra
Podría conquistar el nirvana con cada roce de tus dedos.
Entre tus manos me quedaría
Día tras día, siempre fiel
Alejando tus penas con mis melodías
Siendo tú desahogo
Mientras me hundo en tu ser.
Olvidando que soy una cuerda,
Imaginándome mujer.

Emily Dickinson. "He visto un ojo moribundo"

He visto un ojo moribundo
rodar y recorrer un cuarto,
como buscando alguna cosa.
Después nublarse,
después oscurecer,
después cerrarse
sin revelar qué era
lo que -visto- lo hubiese sosegado.